Por: Pastor Romeo Taracena
Personalmente puedo decir que últimamente he hablado más conmigo mismo que en otras épocas. De pronto me encuentro hablándo y dialogando conmigo mismo. ¿Se ha hallado usted hablando con usted mismo? ¿Se encuentra meditando en las situaciones que le han tocado vivir? ¿O quizás preguntándose sobre algún asunto complejo o sobre el futuro? Diciéndose: “¿Cómo vas a salir de ésta?” “¿Qué sucederá si pasa aquello?” “¿Qué sucederá si no puedo cumplir con mis responsabilidades?”
Si usted dialoga con usted mismo; si su alma se conmueve y conversa consigo misma, déjeme decirle que es muy normal. Es normal que dialoguemos con nuestro propio ser, con nuestro interior. Estos diálogos nos confrontan con nuestra realidad interna y nos traen luz en medio de tormentos. No es de tontos hablarse a sí mismo; no es de tontos reflexionar sobre las situaciones que nos toca vivir. No es de gente sin sabiduría el animarse, motivarse y cuestionarse a uno mismo; no es de gente sin sabiduría hablarle a su misma alma para bendecir el nombre de Dios y para darle alabanzas a su Nombre.
En la Biblia tenemos ejemplos sobre personas que dialogaron con ellos mismos, como el conocido Hijo pródigo en Lucas 15:17:
“Y volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre!”
El joven no está hablando con nadie más que consigo mismo.
Por otro lado, todos nosotros tenemos un alma, un espíritu y un cuerpo. En 1 Tesalonicenses 5:23 también dice:
“Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo.”
Tenemos un espíritu que se conecta con Dios y se conmueve; pero tenemos un alma que lucha entre lo que ven sus ojos y entre lo que su fe puede abrazar. Tenemos un sentimiento en nuestra alma de necesidad de sentir a Dios y de animarnos con su palabra. Por eso el salmista empieza el Salmo 103 con un diálogo interno. David se dice a sí mismo: “Bendice, alma mía, a Jehová, y bendiga todo mi ser su santo nombre.”
Quizás los noticieros, los amigos, la familia o incluso algunos predicadores no le dan esperanza a su ser, sino le dan desaliento y desánimo; pero usted puede animarse a usted mismo, usted puede hablarle a su alma. Usted puede decirle a su alma: “Alma mía, tienes a un Dios grande; tienes a un Dios proveedor, tienes a un Dios sustentador.” El salmo 103 en el versículo 2 dice: “Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios.”Hoy es tiempo de no olvidar todo aquello que Dios nos ha dado y que ha ayudado para bien. Este es un tiempo para alabar a Dios, este no es un tiempo para darle cabida a las malas noticias y al pesimismo; este es un momento para abrazar la Palabra de Dios y para poner en práctica este Salmo de esperanza.
Deuteronomio 4:9 también nos anima a que no olvidemos. Dice: “Por tanto, guárdate, y guarda tu alma con diligencia, para que no te olvides de las cosas que tus ojos han visto, ni se aparten de tu corazón todos los días de tu vida; antes bien, las enseñarás a tus hijos, y a los hijos de tus hijos.”
Esta semana conversé con un empresario que se ha visto afectado terriblemente con la situación de pandemia y confinamiento; su empresa ha estado a punto de irse a la quiebra. Él me compartió que hizo su corte de ganancias, y lo único que podía traer al Señor era el diezmo de esas pocas ganancias. En medio de su desesperación por la situación que se está viviendo, él tomó ese recurso lo puso en un sobre y honró a Dios. No habían pasado 24 horas aún, cuando Dios le regresó al ciento por uno lo que él le había dado al Señor. ¡Aleluya!
¿Cómo no tener presentes las bondades de Dios? No se trata del diezmo en sí, porque ese es un principio de obediencia que tenemos que hacer en medio de cualquier situación; sino se del Dios tan grande y poderoso que tenemos. Isaías 44:21 dice:
“Acuérdate de estas cosas, oh, Jacob, e Israel, porque mi siervo eres. Yo te formé, siervo mío eres tú; Israel, no me olvides.” Salmo 68:19 dice: “Bendito el Señor; cada día nos colma de beneficios. El Dios de nuestra salvación.”
¡Cuán beneficiados hemos sido usted y yo! Por eso el salmista eleva un cántico a su alma, desde su alma, y le dice: “Alma mía, bendice al Señor.” ¿Cuántos beneficios ha recibido usted?
¿Podría usted darle al Señor hoy un cántico de gratitud? Haga una pausa y dígale: “Señor yo te agradezco por tus bondades y tus favores; nada borrará mi memoria, ni apartará mi mirada de recordar lo bueno que tú has sido. Alma mía bendice a Jehová.” Hay un canto antiguo que quiebra mi corazón, porque tengo muchas cosas que agradecerle a Dios, este canto dice: “Yo te agradezco, por todo lo que has hecho.” Quizá usted no tiene ánimo de cantar una canción como ésta; quizás no es el momento en su vida para dar gracias; quizás no lo siente porque está pasando una situación difícil; pero yo quiero animarlo a que cante este cántico desde su corazón:
“Yo te agradezco, por todo lo que has hecho,
por todo lo que haces y por todo lo que haces
y todo lo que harás.”
El versículo 3 de este maravilloso Salmo de esperanza dice: “él es quien perdona todas tus iniquidades.” La puerta del perdón sigue abierta. No nos equivoquemos, no es que ahora que hay pandemia no pecamos; claro que lo hacemos, cometemos errores y pecamos, pero la puerta del perdón está abierta. Jesucristo sigue con sus brazos abiertos esperando para brindar su salvación. Quizá en este momento usted no tiene dinero; quizás en este momento usted no tiene trabajo; quizá en este momento usted no tiene alimento; quizás en este momento usted no tiene salud, pero hay algo que usted y yo sí tenemos, y es la vigencia del sacrificio de Jesucristo. Y debemos recordarle a nuestra alma que, en Cristo y en su sacrificio, hemos sido perdonados. Tenemos el perdón en Cristo Jesús, por eso tenemos esperanza.
El versículo 4 dice: “El que rescata del hoyo tu vida, El que te corona de favores y misericordias.” Es el favor de Dios sobre nosotros que hace que nos podamos reunir en una mesa y comer con nuestros seres queridos. En realidad, no sé qué usted pone sobre su mesa; desconozco si es una gran vianda o una comida sencilla, pero sí sé que esa comida sobre su mesa es la misericordia y el favor de Dios sobre su vida. También, la lluvia que cae del cielo es un favor de Dios inmenso. El sol que se oculta al final del día, la luna que alumbra de noche, todo es un favor de Dios. No olvidemos que Dios es quien nos corona de favores y misericordias.
Esta mañana fui despertado por el ruido de varios perros que llegaron a invadir nuestro jardín. Me levanté alrededor de las 5:30 de la mañana, y cuando fui a ver el alboroto, los perros ya se habían ido. Así que decidí quedarme un rato en el jardín; oliendo la frescura de la mañana, viendo el cielo despejado y el sol naciendo; y dije: “¡Señor gracias! Porque aún tu sol sale sobre justos e injustos; tu sol aún sale sobre las personas que te amamos y las que aún no tienen el privilegio de amarte.” Tómese usted también, un tiempo para agradecerle a Dios. Por favor, que usted y yo no olvidemos los beneficios, los favores y las misericordias del Dios altísimo.
Quiero que usted tenga esperanza y que no se distraiga con cosas pasajeras. Recuerde que somos hijos de Dios; Él es nuestro padre celestial que nos cuida. Los favores de Dios han estado con nosotros, están con nosotros y estarán con nosotros; aún en los momentos de pérdida Dios ha estado con nosotros. No olvide sus beneficios, no olvide bendecir a Dios. Por eso, “bendice alma mía Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios Él es el que te corona de favores y misericordias.”
Hay otra canción linda que quiero recordar, y dice:
“Cantaré de tu amor. Rendiré mi corazón ante ti.
Tú serás mi pasión, y mis pasos se guiarán por tu voz.
Mi Jesús y mi rey, ¡de tu gran amor cantaré!”
Interesantemente, el salmista inicia el salmo diciendo, “bendice alma mía a Jehová”, y termina diciendo exactamente lo mismo. Él no termina el salmo diciendo: “Ya está bien alma mía, ya es suficiente. Ya has bendecido mucho al Señor; ahora siéntate y descansa.” No dice eso. Usted y yo podríamos llegar a pensar, “ya es suficiente con la alabanza a Dios; estamos en pandemia y ni siquiera vacuna hay. Ya no alabemos al Señor.” Pero el salmista es nuestro ejemplo; él empieza y termina bendiciendo al Señor y animando a su alma a no olvidar ninguno de sus beneficios.
Quiero animarlo a que usted haga memoria de las cosas buenas que Dios ha hecho. Reúna a su familia, si puede hacerlo; y qué le parece si alabamos a Dios juntos. Incluso podemos cantarle a él juntos. Hay un cántico que dice lo grande que es la fidelidad de Dios y lo incomparable de su amor. ¿Se acuerda? ¿Puede cantarlo y agradecer a Dios?
¡Tu fidelidad es grande!
Tu fidelidad incomparable es.
Nadie como tú, bendito Dios,
grande es tu fidelidad.
Termino leyéndole todo el capítulo del Salmo 103 para que bendigamos el nombre del Señor:
Bendice, alma mía, a Jehová,
Salmo 103
Y bendiga todo mi ser su santo nombre.
Bendice, alma mía, a Jehová,
Y no olvides ninguno de sus beneficios.
El es quien perdona todas tus iniquidades,
El que sana todas tus dolencias;
El que rescata del hoyo tu vida,
El que te corona de favores y misericordias;
El que sacia de bien tu boca
De modo que te rejuvenezcas como el águila.
Jehová es el que hace justicia
Y derecho a todos los que padecen violencia.
Sus caminos notificó a Moisés,
Y a los hijos de Israel sus obras.
Misericordioso y clemente es Jehová;
Lento para la ira, y grande en misericordia.
No contenderá para siempre,
Ni para siempre guardará el enojo.
No ha hecho con nosotros conforme a nuestras iniquidades,
Ni nos ha pagado conforme a nuestros pecados.
Porque como la altura de los cielos sobre la tierra,
Engrandeció su misericordia sobre los que le temen.
Cuanto está lejos el oriente del occidente,
Hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones.
Como el padre se compadece de los hijos,
Se compadece Jehová de los que le temen.
Porque él conoce nuestra condición;
Se acuerda de que somos polvo.
El hombre, como la hierba son sus días;
Florece como la flor del campo,
Que pasó el viento por ella, y pereció,
Y su lugar no la conocerá más.
Mas la misericordia de Jehová es desde la eternidad y hasta la eternidad sobre los que le temen,
Y su justicia sobre los hijos de los hijos;
Sobre los que guardan su pacto,
Y los que se acuerdan de sus mandamientos para ponerlos por obra.
Jehová estableció en los cielos su trono,
Y su reino domina sobre todos.
Bendecid a Jehová, vosotros sus ángeles,
Poderosos en fortaleza, que ejecutáis su palabra,
Obedeciendo a la voz de su precepto.
Bendecid a Jehová, vosotros todos sus ejércitos,
Ministros suyos, que hacéis su voluntad.
Bendecid a Jehová, vosotras todas sus obras,
En todos los lugares de su señorío.
Bendice, alma mía, a Jehová.
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